Max Lemcke, director de cine: “Me muevo mucho en bici por Barcelona; hace poco me atropellaron, no pasó nada, pero eso me hizo pensar lo fácil que puede complicarse todo”

Seleccione idioma

Spanish

Down Icon

Seleccione país

Mexico

Down Icon

Max Lemcke, director de cine: “Me muevo mucho en bici por Barcelona; hace poco me atropellaron, no pasó nada, pero eso me hizo pensar lo fácil que puede complicarse todo”

Max Lemcke, director de cine: “Me muevo mucho en bici por Barcelona; hace poco me atropellaron, no pasó nada, pero eso me hizo pensar lo fácil que puede complicarse todo”

Max Lemcke (Madrid, 1966) ha hecho de la crítica social una marca de estilo propia y perfectamente ejecutada. Entre algunas de sus películas se encuentran títulos como, Casual Day (2007) y Cinco metros cuadrados (2011), que funcionan como termómetros de una España que, entre la oficina y el ladrillo, vivía en tensión permanente. En Casual Day, reunió a un elenco de lujo - Juan Diego, Luis Tosar, Secun de la Rosa, Marta Etura, Alberto San Juan, Estíbaliz Gabilondo - para diseccionar el autoritarismo cotidiano en un entorno laboral disfrazado de modernidad. En Cinco metros cuadrados, con Fernando Tejero y Malena Alterio, abordó con crudeza la estafa emocional y económica de la burbuja inmobiliaria.

Ahora, afincado en Barcelona, Lemcke se mueve por nuevos territorios. Literalmente. Con el documental Billy dejó atrás la ficción, pero pronto regresa con un proyecto diferente: Barnabeat: The Barcelona Beatle Weekend, una gran fiesta en homenaje a la banda de Liverpool y a la capital catalana, que se celebrará los días 6 y 7 de septiembre en el Casinet d’Hostafrancs. La excusa perfecta para hablar con él sobre movimiento, trayectos, memoria y carreteras.

Max, ¿Cuál fue el primer vehículo que te marcó?

Un Mercedes que tenía mi padre. Mis padres emigraron a Alemania en los años 70 y viví con ellos allí un par de años. Luego regresamos. Siempre fueron migrantes con la idea de volver; fueron a trabajar y, de hecho, se conocieron allí. Mi padre tenía ese coche, que no era el último modelo ni un descapotable, pero era grande, bonito, negro, con ese aire elegante que muchos emigrantes asociaban con la prosperidad. También lo recuerdo porque me pillé un dedo con de sus puertas y lo tuve dislocado un tiempo.

Max Lemcke es un amante de los coches clásicos; los nuevos no acaban de gustarle 
Max Lemcke es un amante de los coches clásicos; los nuevos no acaban de gustarle Cedida

¿Qué trayecto en coche con la familia, ha influido en tu forma de ver el mundo?

Recuerdo el regreso definitivo de Alemania, que lo hicimos en una furgoneta, recorriendo Hannover-Madrid en varias etapas, con mi hermano recién nacido: muchas horas de carretera sin aire acondicionado.

¿De qué coches guardas un recuerdo único?

Mi primer coche fue un Simca 1200 rojo, luego un Seat 600 que pinté a mano de negro, y después un 1500 de cuatro faros, como los taxis de los 60. Me gustan los automóviles clásicos, con formas curvas, antes de que todo fuera aerodinámico. Los modelos actuales no me atraen nada, ni por los materiales, ni por la sensación que transmiten. Me quedo con los viajes en 600, como los que hicimos todos los de mi generación.

¿Te sientes cómodo yendo de copiloto?¿Y en moto?

Pues no, lo paso un poco mal. Me agarro donde puedo. Tengo vértigo, tanto a la velocidad como a la altura, así que si voy con alguien que conduce muy rápido, me tenso. Nunca me han atraído las motos grandes; de hecho, me dan auténtico pavor. Cuando he ido de paquete con algún amigo motorista lo he pasado fatal. Yo tuve una Vespa clásica, que es más de paseo y se disfruta a otro ritmo. Cuando te montas de paquete, parece que flotas, no tienes esa sensación de ir en una moto convencional. Soy algo especial para elegir vehículos.

Max Lemcke

¿Cómo ha cambiado tu forma de moverte desde que te mudaste a Barcelona?

La Vespa de la que te he hablado, la compré en una subasta por eBay y vino matriculada desde Barcelona; así que luego regresó conmigo a su lugar de origen. La tuve varios años, pero la vendí cuando se complicó circular con vehículos más contaminantes por la ciudad. La sustituí por una bicicleta y el transporte público. En Madrid, moverse en bici era más complicado, porque compartía carril con los coches. En Barcelona, con tantos carriles bici, es más fácil. De todos modos, la semana pasada tuve un pequeño susto: me atropellaron por detrás. No pasó nada, pero me hizo pensar lo fácil que puede complicarse todo.

En Casual Day y en Cinco metros cuadrados, vemos historias reales, de esas que son habituales y que pasan demasiado desapercibidas. ¿De qué historias, de película, has sido testigo?

Hay algo que hago mucho, incluso con mis hijos: jugamos a imaginar de qué están hablando dos personas que vemos a lo lejos, inventándonos conversaciones, sin molestar. Me gusta observar a la gente, sobre todo en el transporte público, cuando consigo apartar el teléfono, que reconozco que uso demasiado. Si levantas la vista, puedes conectar con lo que pasa: imaginar quiénes son, adónde van, qué les preocupa. Es apasionante porque te ayuda un poco a comprender qué es lo que hacemos aquí, cómo somos como sociedad y qué es lo que somos capaces de ofrecer. También escucho conversaciones, lo he hecho mucho, en cafés o en el metro. Es cierto que ahora esas conversaciones son menos ricas que hace unos años. Ya no se habla tanto cara a cara. Muchas de las historias de mis películas han nacido de ahí, de la vida real, de noticias o situaciones comunes. Observar lo que nos rodea es una fuente inagotable de ideas.

Es mejor que Lemcke vaya al volante, porque de copiloto lo pasa muy mal 
Es mejor que Lemcke vaya al volante, porque de copiloto lo pasa muy mal Cedida

De pequeño, ¿el Coche fantástico o el DeLorean de Regreso al futuro?

¡Soy más de Coche Fantástico, lo veía muchísimo! Recuerdo muchas tardes pegado a la tele con esa serie. Vi Regreso al futuro años después. Admito que no soy de esos directores que desde niños soñaban con hacer películas. Llegué al cine a través de la fotografía. Mientras trabajaba en la empresa Telefónica, en Barcelona, me formé en la Escuela de Estudios Fotográficos de Cataluña, donde conocí a algunos de mis mejores amigos. En esa época comencé a ir al cine y me di cuenta de que el lenguaje audiovisual no era tan distinto: cambiaba la cámara, cambiaban los códigos, pero había algo común. Cuando volví a Madrid, me matriculé en imagen y sonido, y ahí empezó mi pasión real por el cine. Pero no llegué por el camino típico, fue algo más tardío.

¿Cuáles son esas historias que han quedado para la posteridad, tanto para lo bueno como para lo no tan bueno, con un coche, durante el rodaje de una escena?

Lo que más me costó fue en el rodaje de Cinco metros cuadrados, en una escena larga dentro de un coche que tenía muy pensada. Quería romper con los encuadres habituales y dejar al personaje aislado en un margen distinto. Rodábamos con Malena Alterio y Fernando Tejero y, cuando ya había elegido a Fernando para el papel, me dijo que no sabía conducir. Aprendió a conducir años después, pero entonces no sabía, y eso complicó mucho el rodaje.

La escena era larga, con un diálogo intenso y mantener la naturalidad mientras alguien finge conducir fue todo un reto. Yo estaba encima del cámara car, pendiente de detalles como cambiar marchas o mover el volante para que no pareciera rígido. Fernando estaba nervioso y nos costaba bastante sacar la escena como queríamos. No elijo actores por si saben conducir, pero cuando faltan esas habilidades se complica mucho, aunque sean grandes actores como él. Lo difícil era lograr que la escena resultara natural.

Max Lemcke

¿Cuál ha sido el viaje más largo que has hecho en coche?

Lo hice con el 1500 que me compré muy barato en Madrid. Era una reliquia que aún se podía usar para circular, sin las restricciones actuales. Entonces, mi pareja era una italiana cuya familia vivía en el sur de Italia y ella había ido a visitar. Yo decidí reunirme con ella viajando en ese coche. Fui de Madrid a Barcelona, crucé por el norte hasta Milán, y quedamos en Nápoles. Allí visitamos Pompeya y luego llegamos a Bari, donde pasé un tiempo antes de regresar solo haciendo todo el camino de vuelta. Fue mi viaje más largo en coche. A pesar de que fueron varias jornadas con paradas, sin aire acondicionado y con un radiocasette, resultó muy divertido.

¿Qué ciudad es la que más te ha impactado?

Tokio. Me sorprendió muchísimo y me encantó visualmente. Fui con una compañía japonesa que había montado un espectáculo en Madrid, con bailarines madrileños, mientras trabajaba en un documental sobre flamenco. Convencí a la directora para seguir grabando en Japón y hacer una pieza que le sirviera como promoción. Viajamos con un equipo reducido a Tokio y Osaka, y me fascinó todo: la comida, la gente y lo fácil que era rodar en cualquier lugar. En el metro, por ejemplo, nadie prestaba atención a la cámara ni se alteraba, como si todo fuera natural, con una educación y timidez muy peculiares. Esa mezcla hizo que la ciudad me resultara realmente fascinante.

El director de cine, Max Lemcke, dando instrucciones al actor Fernando Tejero 
El director de cine, Max Lemcke, dando instrucciones al actor Fernando Tejero Cedida

¿Cuál es el lugar al que siempre vuelves?

Hay lugares que me apasionan, casi siempre pequeños restaurantes populares a los que suelo volver. A veces no destacan por su comida, sino por el ambiente, por ser rincones con algo especial. En Madrid, por ejemplo, había un bar maravilloso que ya no existe, El Palentino, una tasca cutre de barrio, pero con un café buenísimo y olor a fritanga. Era un punto de encuentro, un sitio mítico para los de mi generación. No era bonito, pero tenía un encanto muy particular, con su bocadillo de pepito de ternera o su sándwich especial. Me atraen esos sitios donde hay una fauna local que me hace sentir parte del lugar, donde te ven entrar y ya te ponen el café sin preguntarte.

Casual Day tiene un aire reconocible, pero casi atemporal: ¿dónde se rodó? ¿Era la primera opción?

El primer borrador ocurría en Madrid o alrededores, pero la financiación llegó del País Vasco y tuvimos que rodar allí. Encontramos un antiguo estudio de grabación en mitad del bosque, con una gran casona que convertimos en casa rural. Rodar en una única localización natural como esa te da la agilidad como si estuvieras en un plató, con la flexibilidad para repetir planos o improvisar sin complicaciones. Cuando dependes de muchas localizaciones, el tiempo se escapa y es difícil volver. Fue una imposición que acabó funcionando muy bien.

Max Lemcke

Ahí, la dinámica de poder se desarrolla en un entorno rural durante unas jornadas de empresa. ¿Cómo influyó ese escenario en la narrativa de la película?

Influye mucho. Al principio, cuando estás escribiendo el guion, necesitas apoyarte en referencias visuales para concretar lo que imaginas, algo que te ayude a visualizar mejor los espacios. Pero todo puede cambiar al buscar localizaciones, porque puede que no encuentres eso que tenías en mente o que descubras algo incluso mejor. Por ejemplo, en Cinco metros cuadrados, cuando dimos con el edificio -que solo existía en la imaginación hasta entonces-, todo cambió. Estaba justo al lado del piso piloto donde se desarrolla parte de la historia y, de pronto, aquello cobró cuerpo; fue mucho más sencillo colocar la cámara, porque el espacio tomaba posesión de la narrativa.

Lo mismo ocurrió con la última serie que rodé en Colombia, Los 39. No estábamos en plena selva, pero parecía que sí. Grabamos en fincas rodeadas de una naturaleza tan exuberante que cualquier movimiento de cámara quedaba absorbido por ese entorno. Paseabas y decías: “aquí va este personaje, aquí el otro, la cámara entra por este lado y termina en ese árbol”. Esa riqueza te la da el lugar, la suerte de encontrarlo… y también la de contar con un buen localizador que sepa verlo contigo.

Si tuvieras que hacer una road movie autobiográfica, ¿qué tres ciudades no podrían faltar?

Evidentemente, Madrid, porque ahí me crie. También Barcelona, porque fue el lugar donde tuve esa claridad creativa, que me hizo pensar por primera vez: “yo me quiero dedicar a esto”. Y París, porque allí decidí dejar atrás el trabajo fijo, esa estabilidad, y dedicarme por completo a lo que realmente quería hacer. Con un francés pésimo convencí a un jurado presidido por Gilles Jacob, el entonces presidente del Festival de Cannes, de que quería formar parte de la residencia. Seis directores viviendo en el centro de París durante un tiempo, compartiendo ese proceso. Aquello me cambió la vida. Fue ahí donde confirmé que esto era lo que quería ser. Dejé la comodidad de ese trabajo estable en Telefónica y, a partir de ese momento, surgió la posibilidad real de hacer cine y trabajar profesionalmente.

Lemcke se mueve mucho en bici por Barcelona porque cree que es una ciudad amigable con este medio de transporte gracias a los muchos carriles bici que tiene 
Lemcke se mueve mucho en bici por Barcelona porque cree que es una ciudad amigable con este medio de transporte gracias a los muchos carriles bici que tiene Europa Press

¿A qué persona que conociste en otro lugar del mundo no olvidarás?

Nunca olvidaré a José Ruiz Rodríguez, director del programa De película. Fue un gran amigo, casi un tutor para mí, con quien conecté profundamente cuando coincidimos en una comisión del ministerio encargada de calificar películas. Estuvimos un año viendo todo lo que se estrenaba, discutiendo y formando un grupo de gente muy diversa. José, gran amante del cine clásico y conocedor del Hollywood de los 70 y 80, había entrevistado a muchísimos cineastas y dirigió primero Revista de cine y luego De película, hasta que llegó Días de cine. Fue una figura clave en mi vida: me llevó por primera vez a Nueva York, me descubría películas, libros, musicales...

Max, ¿qué papel juega la música de los Beatles en tu vida?

Para mí, los Beatles siempre han sido un grupo de referencia, sobre todo por cómo evolucionaron desde un sonido más comercial hacia una música mucho más experimental. Supieron explorar nuevos lenguajes musicales y marcaron un punto de inflexión en la cultura contemporánea. Su legado sigue siendo transversal: generaciones distintas, como incluso mis propios hijos, siguen conectando con su música. Eso ha sido el germen del proyecto en el que estoy ahora, junto a otros beatlemaniacos de Barcelona, una ciudad que siento muy mía. Este año se celebra el 60 aniversario de sus míticos conciertos en España, y queríamos rendirles homenaje desde aquí, recordando ese momento casi mágico en plena España de blanco y negro.

Max Lemcke

¿Cómo crees que el Barnabeat puede servir como un viaje emocional al pasado, presente y futuro para los asistentes?

La música de los Beatles tiene esa capacidad única de ser transversal. Vamos a acercarla al público infantil haciendo versiones para niños, algo que mucha gente ya hace muy bien. Eso permite conectar generaciones y recorrer tanto el presente como el pasado, desde su etapa más comercial y pop hasta la psicodélica y experimental. A pesar de ser un grupo muy conocido, con más de 30 millones de reproducciones mensuales en Spotify, aún hay mucho por descubrir.

Lo bueno es que quienes interpretan su música no se limitan a tributos; hay artistas que reinterpretan discos completos o momentos especiales, ofreciendo propuestas diferentes. Por ejemplo, hay grupos solo de chicas o solistas. Nuestro objetivo original era incluso más grande, queríamos montar un festival que incluyera un concierto sinfónico. Al final, quedó en algo más pequeño, pero igual de interesante, porque vendrán muchas bandas de todo el mundo que primero pasarán por Liverpool, donde se celebra el International Beatle Week, y luego harán parada en Barcelona.

¿Tu plan para hoy?

Voy a recoger unos tomates que me han llegado de unos agricultores, esos que venden directo, pasaré la tarde con mi pareja.

Hablar con Max es recorrer una carretera que va de la observación social a la introspección. En sus respuestas no hay poses: hay memoria, anécdotas y desplazamientos físicos que despiertan otros, más profundos. Estar con él es como vivir dentro de sus películas: te coloca ante un espejo que no sabías que llevabas contigo. En septiembre, con el Barnabeat: The Barcelona Beatle Weekend, el director aparca por un momento la cámara para subirse a otro escenario: el de la música, la celebración y el homenaje. Será los días 6 y 7 en el Casinet d’Hostafrancs, en Barcelona.

lavanguardia

lavanguardia

Noticias similares

Todas las noticias
Animated ArrowAnimated ArrowAnimated Arrow